He amado con el alma despierta y los pies descalzos.
He besado con los ojos y he abrazado sin tocar.
No siempre mis relaciones florecieron, pero nunca dejé de amar.
No soy dueño de nadie.
No impongo mi presencia, ni exijo palabras.
A veces me sumerjo tanto en mi interior que parece distante,
pero en silencio, mi corazón canta.
Porque cuando amo, lo doy todo.
Mi entrega no hace ruido, pero sostiene mundos.
Mi amor no es una obligación, es una danza.
Me gusta bailar música suave en la oscuridad,
sentir el latido del universo en el cuerpo de mi amada.
Decirle, con una mirada:
“Si te vieras con mis ojos… verías un ser tan bello, tan capaz,
tan lleno de luz que mi alma no puede más que acariciarte”.
Y me repito como un mantra:
Sé Suave.
No dejes que el mundo te endurezca.
No dejes que el dolor te haga odiar.
No dejes que la amargura te robe la dulzura.
Enorgullécete de seguir creyendo en la belleza,
aunque el mundo parezca quebrado.
Sé Suave.
No permitas que el bullicio apague tu música.
No dejes que las nubes de la angustia oculten tu alegría.
No dejes que el conflicto de otros robe tu paz.
No permitas que la oscuridad apague la belleza en tus ojos.
Sé Suave… y ama.
Como si aún quedara esperanza.
Como si el amor fuese la última palabra de este universo.


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