Es triste que tengamos que hacernos esta pregunta.
En un mundo ideal, preguntarse qué es el amor sería tan absurdo como preguntarse qué es respirar o qué es comer. Nadie se hace esas preguntas, porque desde el nacimiento ya sabemos hacerlo. Así debería ser con el Amor Verdadero: algo natural, algo que simplemente es , algo que vivimos sin cuestionar.
Intentar definir el amor es como intentar definir a Dios. Desde mi fe, Dios y Amor son lo mismo. Todos provenimos de la misma Fuente, la Fuente del Amor. No solo deberíamos saberlo, sino vivir en esa danza de dar y recibir amor.
Ahora bien… si existe el Amor Verdadero,
¿existe también un amor falso?
¿De dónde viene ese falso amor?
¿Es el amor un valor o un sentimiento?
¿Hay que cultivarlo? Y si es así, ¿cómo se cultiva?
¿Por qué tanto se habla del amor, se canta, se celebra un día para él, y sin embargo seguimos sintiéndonos tan solos y vacíos?
Estas preguntas me han acompañado durante años. No pretendo imponerte mis ideas; solo quiero compartir contigo, desde mi experiencia y sobre todo desde el corazón. Creo que muchas veces pasamos más tiempo definiendo conceptos que experimentando lo que realmente significan. Por eso, antes de seguir leyendo, te pido: abre tu mente… pero sobre todo, abre tu corazón.
El mundo ha deformado en nuestra cabeza la idea de lo que realmente es el amor.
Cuando comencé mi camino de crecimiento espiritual, tuve que cambiar profundamente mi forma de pensar, de ver y de sentir. El mundo me decía una cosa, pero dentro de mí había una voz más profunda que me empujaba a buscar mi verdad .
Quería saber, experimentar y encarnar el Amor Verdadero.
Y aunque el amor es el alimento del cuerpo y del espíritu, durante mucho tiempo sentí que me había sido negado.
Es cierto que me han amado, especialmente mi madre. Desde antes de nacer, ya somos amados. Nacemos llenos de amor y sabiendo perfectamente cómo amar. El problema surge cuando nuestros padres tampoco han conocido el amor verdadero… cuando el mundo, desde nuestra infancia, comienza a borrar nuestra esencia y nos programa con valores ajenos a nuestra naturaleza.
Mi madre me amó, y estoy seguro de que aún después de su partida, sigue amándome.
Ella hizo todo lo posible para que yo me sintiera amado. Sé que dio lo mejor de sí, y más allá. Dedicó su vida al servicio de los demás. No tengo duda de su amor, y agradezco al Creador por haber sido su hijo.
Pero también creo que, si sus padres hubieran vivido en un mundo más amoroso, su vida y la mía habrían sido distintas.
Por buenas que sean las intenciones, todos venimos moldeados por un mundo confundido.
Solo basta ver las novelas o las llamadas canciones de amor. ¿Qué tipo de relaciones promovemos?
¿Cuánta gente se preocupa más por su economía que por acoger a millones de refugiados?
Y cuando hablamos de amor o participamos en un acto de amor genuino, ¿cómo nos etiquetan?
Un amigo solía contar una historia:
Imagina un mundo donde nadie ha probado nunca un helado.
Alguien llega y describe el helado con lujo de detalles. Escribe incluso un libro sobre ello.
Pero nadie puede saber realmente qué es un helado hasta que lo prueba, lo huele, lo toca, lo saborea.
Incluso podría pensar que el helado no existe.
Así es el Amor.
No basta con hablar de él, hay que vivirlo.
Y para vivirlo, debemos nacer de nuevo.
¿Y qué es nacer de nuevo ?
Es desaprender todo lo que el mundo nos enseñó sobre el amor.
Es permitir que el ser verdadero, nuestro espíritu, se exprese en una relación de dar y recibir con el Amor Verdadero.
Esto requiere compromiso, un entorno propicio, romper patrones heredados generación tras generación.
El amor es una flor frágil.
Hay que protegerla, fortalecerla, observarla. Solo entonces se vuelve fuerte.
El amor es como un bebé: necesita caricias, ternura, seguridad, libertad, entrega incondicional.
El Amor solo crece con amor.
Y necesita un ambiente que lo nutra: un hogar, una frecuencia, una energía viva.
Se cultiva en la familia, especialmente en el vínculo con nuestros padres.
No puedo definir el amor.
No es un valor ni un simple sentimiento o sensación.
No es un fenómeno físico que pueda señalarse y decir “esto es”.
Puedo hablar de sus expresiones, pero no puedo mostrártelo.
El Amor solo puede experimentarse.
Y es una experiencia única, como única es nuestra relación con la Fuente.
Es nuestra responsabilidad vivir esa experiencia.
No con ideas… sino con presencia. Con el alma despierta. Con el corazón abierto.




















