El propósito de esta página es que todos los seres humanos, podamos vernos como una sola familia
domingo, 20 de abril de 2025
🌑🌟 Trinchera del alma
🕯️ Dos ventanas a la eternidad: una muerte y un amor
Cuando uno escribe desde la experiencia
Allá fuera, bajo la luna gris, alguien que me quiere está pensando en mí. Allá fuera, alguien intentará que nos encontremos... allá fuera, en algún lugar.
Manifiesto del Amor Suave
"El amor no se define, se vive"
Es triste que tengamos que hacernos esta pregunta.
En un mundo ideal, preguntarse qué es el amor sería tan absurdo como preguntarse qué es respirar o qué es comer. Nadie se hace esas preguntas, porque desde el nacimiento ya sabemos hacerlo. Así debería ser con el Amor Verdadero: algo natural, algo que simplemente es , algo que vivimos sin cuestionar.
Intentar definir el amor es como intentar definir a Dios. Desde mi fe, Dios y Amor son lo mismo. Todos provenimos de la misma Fuente, la Fuente del Amor. No solo deberíamos saberlo, sino vivir en esa danza de dar y recibir amor.
Ahora bien… si existe el Amor Verdadero,
¿existe también un amor falso?
¿De dónde viene ese falso amor?
¿Es el amor un valor o un sentimiento?
¿Hay que cultivarlo? Y si es así, ¿cómo se cultiva?
¿Por qué tanto se habla del amor, se canta, se celebra un día para él, y sin embargo seguimos sintiéndonos tan solos y vacíos?
Estas preguntas me han acompañado durante años. No pretendo imponerte mis ideas; solo quiero compartir contigo, desde mi experiencia y sobre todo desde el corazón. Creo que muchas veces pasamos más tiempo definiendo conceptos que experimentando lo que realmente significan. Por eso, antes de seguir leyendo, te pido: abre tu mente… pero sobre todo, abre tu corazón.
El mundo ha deformado en nuestra cabeza la idea de lo que realmente es el amor.
Cuando comencé mi camino de crecimiento espiritual, tuve que cambiar profundamente mi forma de pensar, de ver y de sentir. El mundo me decía una cosa, pero dentro de mí había una voz más profunda que me empujaba a buscar mi verdad .
Quería saber, experimentar y encarnar el Amor Verdadero.
Y aunque el amor es el alimento del cuerpo y del espíritu, durante mucho tiempo sentí que me había sido negado.
Es cierto que me han amado, especialmente mi madre. Desde antes de nacer, ya somos amados. Nacemos llenos de amor y sabiendo perfectamente cómo amar. El problema surge cuando nuestros padres tampoco han conocido el amor verdadero… cuando el mundo, desde nuestra infancia, comienza a borrar nuestra esencia y nos programa con valores ajenos a nuestra naturaleza.
Mi madre me amó, y estoy seguro de que aún después de su partida, sigue amándome.
Ella hizo todo lo posible para que yo me sintiera amado. Sé que dio lo mejor de sí, y más allá. Dedicó su vida al servicio de los demás. No tengo duda de su amor, y agradezco al Creador por haber sido su hijo.
Pero también creo que, si sus padres hubieran vivido en un mundo más amoroso, su vida y la mía habrían sido distintas.
Por buenas que sean las intenciones, todos venimos moldeados por un mundo confundido.
Solo basta ver las novelas o las llamadas canciones de amor. ¿Qué tipo de relaciones promovemos?
¿Cuánta gente se preocupa más por su economía que por acoger a millones de refugiados?
Y cuando hablamos de amor o participamos en un acto de amor genuino, ¿cómo nos etiquetan?
Un amigo solía contar una historia:
Imagina un mundo donde nadie ha probado nunca un helado.
Alguien llega y describe el helado con lujo de detalles. Escribe incluso un libro sobre ello.
Pero nadie puede saber realmente qué es un helado hasta que lo prueba, lo huele, lo toca, lo saborea.
Incluso podría pensar que el helado no existe.
Así es el Amor.
No basta con hablar de él, hay que vivirlo.
Y para vivirlo, debemos nacer de nuevo.
¿Y qué es nacer de nuevo ?
Es desaprender todo lo que el mundo nos enseñó sobre el amor.
Es permitir que el ser verdadero, nuestro espíritu, se exprese en una relación de dar y recibir con el Amor Verdadero.
Esto requiere compromiso, un entorno propicio, romper patrones heredados generación tras generación.
El amor es una flor frágil.
Hay que protegerla, fortalecerla, observarla. Solo entonces se vuelve fuerte.
El amor es como un bebé: necesita caricias, ternura, seguridad, libertad, entrega incondicional.
El Amor solo crece con amor.
Y necesita un ambiente que lo nutra: un hogar, una frecuencia, una energía viva.
Se cultiva en la familia, especialmente en el vínculo con nuestros padres.
No puedo definir el amor.
No es un valor ni un simple sentimiento o sensación.
No es un fenómeno físico que pueda señalarse y decir “esto es”.
Puedo hablar de sus expresiones, pero no puedo mostrártelo.
El Amor solo puede experimentarse.
Y es una experiencia única, como única es nuestra relación con la Fuente.
Es nuestra responsabilidad vivir esa experiencia.
No con ideas… sino con presencia. Con el alma despierta. Con el corazón abierto.
Elige la autenticidad
El estilo de vida actual se sustenta en la ambición y la competitividad.
Pero el ser humano nuevo no puede construir su vida sobre esos pilares huecos.
Debe desprenderse de las ambiciones banales, de la búsqueda desesperada por la materia y la certidumbre a costa del espíritu.
Eso te esclaviza.
Eso te empujó por un camino que otros trazaron para ti.
Sé auténtico.
Sí, la angustia es el precio de ser uno mismo…
pero también es sabido que nada que realmente valga la pena se consigue sin esfuerzo.
No existe valor más grande que el coraje de mirar dentro de uno mismo
y decidir vivir la vida que TÚ quieres vivir.
El infierno y el cielo no están afuera.
Están dentro de ti.
Tú eliges en cuál vivir
No estamos aquí para ser mejores espectadores.
cuando lo desconocido cobra forma en los susurros de la noche,
la lógica afloja su férreo control… y la imaginación sale a jugar.
Es entonces cuando las estrellas tienen permiso para brillar.
Y nosotros —vivos, despiertos— salimos en busca.
En busca de algo que quizás no tiene nombre,
algo que tal vez no se puede encontrar, pero sí sentir.
Nos impulsa una necesidad antigua:
la de resolver los misterios de la vida.
Aunque, en realidad, el corazón humano solo puede encontrar significado
en instantes .
Nunca en la totalidad.
No en todo.
Pero esos instantes están ahí…
nos rodean, nos envuelven.
En la luz y en la oscuridad.
Por todas partes.
¿Lo sabemos?
¿Por qué nos empeñamos en esta búsqueda?
¿Por qué vamos tras las grandes preguntas
cuando ni siquiera sabemos responder a las más sencillas?
¿Por qué estamos aquí?
¿Qué es el alma?
¿Por qué soñamos?
Quizás…
Quizás nos iría mejor sin preguntar,
sin querer entender,
sin desear saber.
Pero esa no es nuestra naturaleza.
No es el llamado del corazón.
No estamos aquí para ser mejores espectadores.
El rostro de Dios en el rostro del otro
—Mahatma Gandhi
Si fuimos realmente conscientes de que cada vez que descubrimos a alguien, estamos descubriendo a Dios, viviríamos de otra manera.
Pero el ego —ese estado de distracción y separación— nos impide ver a Dios en todos y en todo.
Algunos hemos llegado a creernos dueños exclusivos de Dios, como si tuviéramos derechos de autor sobre el Infinito.
Distensión por un momento.
Piensa en esto:
¿Quién soy?
¿Quién crees tú que eres?
En la Biblia, Dios le dice a Moisés:
“Yo soy el que soy”.
Y tiempo después, Jesús afirma:
“Yo soy el camino, la verdad y la vida”.
Sin embargo, se dice que el 95% de las personas pasan el 95% de sus vidas viviendo en la inconsciencia.
E inconsciencia significa eso: vivir sin conocimiento de uno mismo.
No saber quiénes somos.
Y si no sabemos quiénes somos… ¿cómo podremos ver a Dios en los demás?
Entonces surge otra gran pregunta:
¿De dónde vengo?
Quise encontrar una respuesta pura.
Así que le preguntó a mi nieto de cinco años:
—¿De dónde vienes?
Y él, sin titubear, respondió:
— “Del cielo”.
—Y ¿cómo lo sabes?
— “Solo lo sé”.
¡Qué claridad! ¡Qué verdad tan desnuda y luminosa!
Todos venimos de la misma Fuente.
De donde todo proceder.
Y sin embargo… todos somos únicos, irrepetibles.
En toda la creación, y por toda la eternidad, no existirá otro como tú ni como yo.
Dios está en todo.
En lo infinitamente pequeño y en lo infinitamente grande.
En la flor del jardín y en la maleza del monte.
En los negros, los chinos, los altos, los bajitos.
En los hombres, las mujeres, los niños, los ancianos.
En el indio americano y el árabe.
En la elegancia de las mariposas y en la tenacidad de las cucarachas.
Todo procede de Dios. Todo es Dios en manifestación.
Y con eso respondo a la primera gran pregunta:
¿Quién soy?
Soy parte de la Fuente de todas las cosas.
Soy hijo de Dios porque provengo de Él.
Dios se ha encargado de dotarme, al igual que a ti, de todo lo necesario para esta experiencia física.
Lo único que tengo que hacer…
es conectarme con la Fuente .
¿Y cómo se logra esa conexión?
A través del Amor Verdadero.
Ese vínculo, a veces atrofiado por el desuso, se despierta con actos concretos de bondad hacia toda la creación, y en especial, hacia nuestros semejantes.
Cada vez que elegimos amar, ver, comprender, servir…
esa comunión con Dios se hace viva.
Porque Dios no está lejos.
Dios está en el rostro del otro.
Y el otro…
también eres tú.
Amores improbables
La Real Academia define la palabra imposible como aquello que no tiene ni los medios ni la facultad de llegar a ser. Algo cerrado, sellado, clausurado por completo. En cambio, improbable es simplemente aquello que tiene pocas posibilidades, que no se apoya en una razón prudente. Y entre ambos términos, yo me quedo —sin pensarlo dos veces— con la improbabilidad.
La imposibilidad es un portazo en la cara. La improbabilidad, en cambio, es una ventana entreabierta. Duele menos, y sobre todo, permite soñar. Deja espacio para que el milagro se cuele en medio de la lógica, para que lo extraordinario rompa la estadística.
Que David venciera a Goliat era improbable. Que un afroamericano llegara a la Casa Blanca, también. Que el abejón volara a pesar de sus condiciones aerodinámicas era improbable, pero lo hace. El universo, a veces, se ríe de nuestras ecuaciones.
El amor, por ejemplo, es experto en improbabilidades. No se rige por razones prudentes. No entiende de distancias, edades, fronteras, idiomas, ni pasados. El amor nace cuando quiere, en el lugar menos esperado y entre las almas más dispares. Que dos personas separadas por 9 mil kilómetros de agua se conozcan, se escuchen y se amén, es improbable. Pero sucede. Todos los días.
Por eso no me gusta hablar de amores imposibles . Me resisto a pensar que el amor tiene fronteras definitivas. Prefiero llamarlos amores improbables : esos que desafían al tiempo, al espacio, a la lógica, a las heridas del pasado. Esos que, aun teniendo todo en contra, florecen en el resquicio del alma donde todavía brilla la esperanza.
Porque lo improbable es la patria del milagro. Y el amor, en su forma más pura, es el milagro que le da sentido a todo lo demás.
sábado, 22 de marzo de 2025
🌿La gracia de vivir mi vida🌿
🌿La gracia de vivir mi vida🌿
Por Ulises
A veces, en el
silencio de la meditación, emergen comprensiones que vienen no del pensamiento,
sino del alma. Esta es una de esas. Un sentir profundo sobre lo que significa
la gracia divina, y cómo ha moldeado mi vida.
La gracia de vivir
mi vida
He estado
meditando sobre lo que significa la gracia divina, y he llegado a sentir que no
es un concepto abstracto, ni algo reservado para unos pocos. La gracia es todo
cuanto hace la Fuente para que encontremos el camino de regreso a Ella. Se
manifiesta a diario, en lo pequeño y en lo inmenso, como una energía de amor
que lo envuelve todo.
La gracia no
juzga. Nos permite comprender el perdón. Nos recuerda que somos esperados en
los brazos de la Fuente, sin importar lo que hayamos hecho, sin importar cuán
duros o cerrados hayan estado nuestros corazones.
Pero hablar de la
gracia también es hablar de mi historia.
Durante mucho
tiempo, fui implacable conmigo mismo. Me juzgué con dureza, como si tuviera que
alcanzar una santidad imposible. Tuve estándares tan altos que me olvidé de ser
benevolente conmigo y, por extensión, con los demás. En esa búsqueda, a veces
confundí perfección con espiritualidad.
A lo largo de mi
vida , he sido Y, sin embargo, la gracia nunca me soltó.
A lo largo de mi
vida, he sido testigo tanto de la insensatez humana como de la inmensa bondad
de la que somos capaces. La Fuente, en su misterio, ha ido colocando en mi
camino a personas clave para mi crecimiento, para mostrarme que el amor
verdadero no exige, no castiga: abraza.
Hoy, gracias a la
gracia, puedo verme —y ver al mundo— con ojos nuevos.
Los ojos del amor.
Y sí, mis ojos se
han inundado muchas veces. No de tristeza, sino de asombro y gratitud.
Quizás mis
creencias sean solo eso, creencias. Pero me han sostenido y guiado. No
cambiaría nada de mi vida, porque todo, absolutamente todo, me ha traído hasta
aquí. Siento que este camino apenas comienza, y aún así ya me siento colmado.
La gracia me ha
traído hasta vos, lector, y también hasta este diálogo íntimo con quien
considera un faro en mi caminar. Y por eso, simplemente: gracias.
viernes, 3 de enero de 2025
Una oportunidad a cada instante
Nuestra recompensa por sobrevivir a las Navidades es el inicio de un nuevo año, acompañado de la tradición de los propósitos de año nuevo. Cada enero nos comprometemos con nosotros mismos a cambiar: bajar de peso, dejar hábitos perjudiciales, estudiar algo nuevo, ahorrar dinero, entre otras metas. La idea de un nuevo comienzo es irresistible, una oportunidad para dejar atrás los problemas del último año y avanzar con esperanza. Pero, ¿quién puede realmente determinar cuándo termina lo viejo y empieza lo nuevo? No es una fecha en el calendario, ni un cumpleaños, ni siquiera la llegada del año nuevo. Es un suceso, grande o pequeño, que nos transforma.
En mi caso, he vivido una existencia intensa. A mis 63 años, siento que he acumulado la experiencia de más de un siglo. Mis vivencias han sido variadas y profundas. Algunas estuvieron marcadas por la angustia, pero cada una de ellas me enseñó, me permitió crecer y esculpió al ser humano que soy hoy. La vida, en su inagotable complejidad, siempre ofrece una nueva oportunidad, un comienzo diferente. Lo ideal es que estos cambios nos llenen de esperanza y nos inviten a ver el mundo con una perspectiva renovada, dejando atrás viejos hábitos y recuerdos que ya no nos sirven.
Sin embargo, en medio de este frenesí por el cambio, es importante reconocer que hay cosas que valen la pena conservar. Vivir cada día como si fuera el último, enfocándonos en el aquí y el ahora, nos permitiría experimentar la vida en su plenitud. Este enfoque consciente, guiado por nuestro ser interior, nos invita a elegir con intención y a vivir verdaderamente.
Recuerdo una de esas tradiciones de mi juventud: el beso de medianoche en Año Nuevo. Ese no era un beso cualquiera. Representaba las esperanzas y el romanticismo acumulados durante todo un año. En esos momentos, las campanas marcaban no solo el inicio de un nuevo ciclo, sino también el peso del año que dejamos atrás: las oportunidades aprovechadas y las que se perdieron. A veces, ese beso llegaba con alegría y euforia; otras, la chica elegía a otro galán, y la noche se teñía de tristeza y desaire. Pero incluso en esos momentos de soledad aprendí algo esencial: vivir cada instante como lo que es, un eterno presente.
Como en el cuento de Alicia, donde "siempre es para siempre", cada momento lleva consigo su esplendor único. Incluso en noches difíciles, cuando me hundía en la autocompasión y el desengaño, entendí que cada experiencia, por dolorosa que fuera, era parte de mi aprendizaje, parte de ese lienzo que vamos tejiendo con los hilos de nuestras vivencias.
Vivir en el ahora, disfrutar de cada experiencia, nos permite apreciar la vida en su esencia: un flujo constante de instantes. Podemos medirla en años, meses, días o horas, pero, en realidad, la vida ocurre en cada latido, en cada respiración. Cada día, cada instante, es una oportunidad para crecer, para vivir, para ser.
🌑🌟 Trinchera del alma
Cada mañana, el dolor me despierta y me arrodillo ante la vida. No para suplicar, sino para agradecer y decir: "Aquí estoy. Otra vez....

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