Una oportunidad a cada instante
Nuestra recompensa por sobrevivir a las Navidades es el inicio de un nuevo año, acompañado de la tradición de los propósitos de año nuevo. Cada enero nos comprometemos con nosotros mismos a cambiar: bajar de peso, dejar hábitos perjudiciales, estudiar algo nuevo, ahorrar dinero, entre otras metas. La idea de un nuevo comienzo es irresistible, una oportunidad para dejar atrás los problemas del último año y avanzar con esperanza. Pero, ¿quién puede realmente determinar cuándo termina lo viejo y empieza lo nuevo? No es una fecha en el calendario, ni un cumpleaños, ni siquiera la llegada del año nuevo. Es un suceso, grande o pequeño, que nos transforma.
En mi caso, he vivido una existencia intensa. A mis 63 años, siento que he acumulado la experiencia de más de un siglo. Mis vivencias han sido variadas y profundas. Algunas estuvieron marcadas por la angustia, pero cada una de ellas me enseñó, me permitió crecer y esculpió al ser humano que soy hoy. La vida, en su inagotable complejidad, siempre ofrece una nueva oportunidad, un comienzo diferente. Lo ideal es que estos cambios nos llenen de esperanza y nos inviten a ver el mundo con una perspectiva renovada, dejando atrás viejos hábitos y recuerdos que ya no nos sirven.
Sin embargo, en medio de este frenesí por el cambio, es importante reconocer que hay cosas que valen la pena conservar. Vivir cada día como si fuera el último, enfocándonos en el aquí y el ahora, nos permitiría experimentar la vida en su plenitud. Este enfoque consciente, guiado por nuestro ser interior, nos invita a elegir con intención y a vivir verdaderamente.
Recuerdo una de esas tradiciones de mi juventud: el beso de medianoche en Año Nuevo. Ese no era un beso cualquiera. Representaba las esperanzas y el romanticismo acumulados durante todo un año. En esos momentos, las campanas marcaban no solo el inicio de un nuevo ciclo, sino también el peso del año que dejamos atrás: las oportunidades aprovechadas y las que se perdieron. A veces, ese beso llegaba con alegría y euforia; otras, la chica elegía a otro galán, y la noche se teñía de tristeza y desaire. Pero incluso en esos momentos de soledad aprendí algo esencial: vivir cada instante como lo que es, un eterno presente.
Como en el cuento de Alicia, donde "siempre es para siempre", cada momento lleva consigo su esplendor único. Incluso en noches difíciles, cuando me hundía en la autocompasión y el desengaño, entendí que cada experiencia, por dolorosa que fuera, era parte de mi aprendizaje, parte de ese lienzo que vamos tejiendo con los hilos de nuestras vivencias.
Vivir en el ahora, disfrutar de cada experiencia, nos permite apreciar la vida en su esencia: un flujo constante de instantes. Podemos medirla en años, meses, días o horas, pero, en realidad, la vida ocurre en cada latido, en cada respiración. Cada día, cada instante, es una oportunidad para crecer, para vivir, para ser.
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