jueves, 10 de octubre de 2024

He visto a la gente buena mirar hacia atrás y estar satisfecha de estar en el camino.

 







No sé si te ocurre lo mismo, pero al mirar en retrospectiva, noto cómo las personas entran y salen de nuestras vidas, siempre dejando una huella, una mezcla de luz y sombras. Algunos han partido de este plano físico, otros se han desvanecido en el tiempo, y algunos aún permanecen cerca. Pero la mayoría ha influido en nuestro crecimiento: nuestros maestros, nuestra familia, los amigos, las
parejas, incluso escritores, políticos, actores o músicos. Todos, de alguna manera, nos recuerdan cuál es nuestro camino.


Son personas que han escrito sus iniciales con amor en el libro de mi vida. Al mirar atrás, pienso en el peregrinaje que es vivir: un viaje solo de ida, siempre hacia adelante, aunque a veces parezca que retrocedemos. Pero hoy no quiero hablar de retrocesos; quiero compartirte el milagro y la belleza de Dios que se refleja en cada uno de nosotros. Somos espejos del amor divino, aunque a veces empañados por nuestros egos. Te invito a detenerte y observar a tu alrededor: en tu familia, tu comunidad, tu lugar de trabajo. Si miras con atención, encontrarás a los que llamo Santos Urbanos, la sal y la luz del mundo.


Uno de ellos es Dobri Dobrev, un anciano búlgaro de 98 años que perdió la audición en la Segunda Guerra Mundial. Cada día camina 10 kilómetros hasta Sofía, donde pide limosna. Lo que pocos saben es que ha donado hasta el último centavo, más de 40.000 euros, a orfanatos y servicios sociales, mientras él vive de una pensión estatal de 80 euros.

Otro ejemplo es Rigo, un hombre de mi comunidad que, tras perder a su esposa hace 25 años, ha cuidado solo de sus tres hijos, todos con discapacidades severas. Hoy, sus hijos tienen entre 40 y 50 años, y él, con 75, sigue levantándose cada mañana con una sonrisa, bañando y alimentando a sus hijos antes de ir a trabajar. Sus compañeros aseguran que nunca lo han visto enojarse.

Y luego está el chofer de autobús de mi ruta, quien después de un largo día de trabajo nos regalaba risas y alegría, haciendo que el viaje rutinario se sintiera como un tour por París. A pesar del cansancio, lograba que nadie quisiera bajarse del autobús.
He visto a la gente buena mirar hacia atrás y estar satisfecha de estar en el camino. En el camino del Amor.

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