"En estos tiempos de conflicto, especialmente cuando miramos a regiones como Medio Oriente, es fácil caer en el ciclo del juicio y la intolerancia. Sin embargo, es en estos momentos cuando más necesitamos recordar que el amor verdadero es la única respuesta que puede traer paz y sanar las heridas de la humanidad. Quiero compartir una reflexión personal que escribí hace un tiempo, con la esperanza de que resuene en los corazones de aquellos que buscan una solución más profunda, más allá de la violencia y el odio."
Hace un tiempo, me encontré investigando sobre una corriente religiosa que ha ganado cierto auge en los últimos años. Comencé mi búsqueda leyendo un artículo sobre la tolerancia religiosa, con el firme propósito de mantenerme objetivo e imparcial. Conversé con algunas personas para ampliar mi perspectiva y pronto me vi reflexionando sobre lo que realmente significa tolerar las creencias ajenas.
La definición común de tolerancia religiosa dice: “La tolerancia religiosa significa respetar y aceptar la existencia de otras formas de vida, creencias e ideas, o incluso la no creencia en ninguna religión”.
En este mundo tan diverso y plural, la verdadera tolerancia exige que individuos e instituciones reconozcan esta diversidad y se abstengan de imponer sus dogmas más allá de su comunidad de fe. Cada sistema de creencias tiene su lugar y su validez para quienes lo practican, pero no debe ser utilizado para controlar o influir en quienes no comparten esa visión.
Mientras meditaba sobre esto, me dije a mí mismo: "¿Estoy siendo prejuicioso?" Y fue entonces cuando algo en mi interior respondió: "El juicio es una distracción". Una distracción que nos aleja del verdadero propósito que nos une como seres humanos, como hijos de Dios: el amor. No es el juicio lo que nos guía, sino el amor verdadero, aquel que no busca imponer, sino comprender, aquel que respeta sin esperar nada a cambio.
Me resulta fascinante cómo la Declaración Universal de los Derechos Humanos establece con claridad que toda persona tiene derecho a la libertad de pensamiento, conciencia y religión. Este derecho incluye la libertad de cambiar de creencias y de manifestar su religión de manera individual o colectiva, ya sea en público o en privado. Sin embargo, creo que este concepto de tolerancia se queda corto. No es suficiente simplemente aceptar la existencia de otras creencias; debemos ir más allá.
Más que la tolerancia, es el amor lo que realmente puede transformar nuestras vidas y las de quienes nos rodean. El amor no busca imponerse ni controlar; no se limita a aceptar diferencias, sino que las abraza. Es la prueba más pura de nuestra naturaleza divina. Al final, lo importante no es si colocamos la cama de un lado o del otro, ni si creemos que el aroma de una flor puede curar. Tampoco importa si nos consideramos profetas, apóstoles, chamanes o gurús. Lo único que trasciende es el amor.
Al recordar las palabras de un antiguo texto, resuena en mi corazón:
"Si yo hablara lenguas humanas y angélicas, pero no tengo amor, soy como metal que resuena o címbalo que retiñe. Y si tuviera el don de profecía, y entendiera todos los misterios y todo conocimiento, pero no tengo amor, nada soy. El amor es paciente, bondadoso; no tiene envidia, ni se jacta, ni es arrogante. No busca lo suyo, no se irrita, ni toma en cuenta el mal recibido. Todo lo sufre, todo lo cree, todo lo espera, todo lo soporta. El amor nunca deja de ser".
Al leer estas palabras por primera vez, me prometí que mi religión sería el Amor Verdadero. Mi objetivo en la vida sería aprender a amar en su sentido más profundo. Hoy comparto contigo esta reflexión para que, al igual que yo, no te distraigas. A menudo me doy cuenta de que, incluso con las mejores intenciones, me pierdo en trivialidades. Soy ese metal que resuena sin propósito, porque, en el fondo, lo que realmente nos hace vivir y ser es el Amor, y Dios es Amor, sin importar el nombre que le demos.
Vivimos en un mundo lleno de distracciones, de entretenimientos que nos roban la paz y nos hacen perder de vista lo que verdaderamente importa: ser felices y vivir en amor. Nos olvidamos de que nuestra meta principal en este viaje es unirnos en esa energía divina que es el Amor, que todo lo abarca y todo lo transforma.
No hay comentarios:
Publicar un comentario