“Revestíos todos de humildad
en vuestras mutuas relaciones, pues Dios resiste a los soberbios y da su gracia
a los humildes” (1Ped 5-5)
Al parecer hoy en día es más importante la
forma o manera como caminamos o nos desplazamos, refiriéndose a si levantamos los hombros o si mantenemos
la cabeza erguida, la manera en que ponemos un pie delante del otro, pero no es
este el tema que hoy me ocupa, más bien
quiero referirme al estilo en que nos enfrentamos a la vida.
Recientemente un hombre, que se convirtió en un icono de
igualdad, Nelson
Mandela, el más insigne símbolo de la resistencia contra el apartheid
sudafricano, falleció el 5 de diciembre de 2013,, cerrando una historia de 95 años de vida marcada
fundamentalmente por el encarcelamiento, la aflicción y luego la gloria.
Esta noticia
produjo en mi, una exhortación a la reflexión, de como debiera uno de caminar
por la vida y si bien el camino de Mandela es un ejemplo de un hombre que vivió
por los demás y sus ideales y que indudablemente podemos catalogar como un
santo, pienso que el máximo referente hasta hoy en día es Jesús, y para ello
citare las palabras de Mandela ““Lo que cuenta en la vida no es el mero hecho
de haber vivido. Son los cambios que hemos provocado en las vidas de los demás
lo que determina el significado de la nuestra”.
Pienso que la
manera en que caminamos en esta vida es lo que determina la forma en que
influimos en la vida de lo demás, lo que me hace mencionar en primer lugar la
Humildad ese valor y virtud practicada
por muchos que han decido tomar la senda del Amor y el servicio a los demás.
¿Pero porque cuesta tanto ser humilde? ¿Por qué nos cuesta tanto dejar
de pensar en que perderemos el orgullo? “Maldito orgullo que vive en nosotros”,
culpable de tantos resentimientos, y fuente de violación de mis obligaciones
con Dios y mi prójimo.
Siempre estamos deseando que nos traten mejor de lo que nos merecemos,
queremos que nos miren como personas exitosas, buscamos que los demás nos miren como hombres santos y nos
arrodillamos contritos en el templo no para Dios, sino para que otros nos vean.
Cuanta ira nace en nosotros cuando pensamos que nos han violado el
derecho de ocupar cierto sitio y como nos frustra cuando no se cumplen
nuestros propósitos de ser visto como personas ideales para todo.
“Maldito orgullo que vive en nosotros”, porque nos deja sin amor a
nuestros hermanos y nos hace ser indiferentes, débiles, fascinados por criticar
y juzgar a otros para que los vean menos responsables que nosotros. Pienso que
si he de caminar como un hombre en esta vida he de caminar con humildad
afirmando la senda del amor y de la paz.
Que el amor sea en ti y en tod@s.
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