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El propósito de esta página es que todos los seres humanos, podamos vernos como una sola familia
viernes, 14 de febrero de 2025
martes, 28 de enero de 2025
ADN: #TodosSomosUno
Cuando se descubrió que en las espirales del ADN se encontraba la información que determina las características básicas de cada especie, comprendimos que los rasgos externos de los seres vivos se transfieren de generación en generación y son inmutables. Un árbol de aguacates siempre dará aguacates, y nuestros hijos heredarán parte de nosotros, combinando los ADN de sus padres. Esta realidad nos llena de satisfacción, pero también nos invita a reflexionar.
Aunque el ADN no se puede cambiar, lo que sí podemos modificar son los rasgos que dependen de nuestra educación, creencias y formas de pensar. En la Biblia se afirma que somos hechos a imagen y semejanza de Dios. Esto implica que somos hijos de la Fuente, del Creador, y que heredamos cualidades divinas como el amor, la bondad, el perdón, la compasión y el deseo de felicidad. Estas cualidades están en todos nosotros, esperando ser desarrolladas a través de nuestras decisiones.
El mundo que habitamos nace de nuestros pensamientos y deseos. Todo lo que vemos –nuestra casa, nuestras ciudades, incluso el universo– fue primero concebido en la mente. Esto nos lleva a preguntarnos: ¿en la mente de quién existimos nosotros? Si todos provenimos de la misma Fuente, debemos recordar que en ella solo habitan la belleza, el amor y la bondad. Así como podemos mejorar nuestras habilidades a través del esfuerzo y la práctica, también podemos cambiar nuestra forma de pensar y de percibirnos, avanzando hacia la plenitud.
Es crucial cuidar nuestros corazones y pensamientos, porque de ellos nace nuestro destino. Este destino dependerá de la cantidad de amor que albergue nuestro corazón. Desde mi fe, el corazón tiene dimensiones sagradas, y una de ellas es el amor al prójimo. Este amor nace de creer que todos somos hijos de la misma Fuente, lo que algunos llamamos Dios.
Hoy, con el desarrollo de las comunicaciones, estamos más conectados que nunca. Se nos presenta una oportunidad única para superar las diferencias culturales, políticas, económicas, religiosas y étnicas que han sido promovidas por quienes desean un mundo separado. La ciencia misma nos demuestra que la separación no tiene base lógica: Todos Somos Uno. Compartimos el deseo de ser felices, de realizarnos y de alcanzar la plenitud.
Sin embargo, los mitos y mentiras contra las personas inmigrantes persisten. Se les culpa injustamente de saturar los servicios sociales, de aumentar la violencia o de ser una carga para la sociedad. Pero la verdad es otra:
- Los inmigrantes no roban empleos. Muchos ocupan trabajos esenciales que otros no quieren realizar, como la construcción, la recolección agrícola o los servicios domésticos. Además, aportan a la economía mediante el pago de impuestos.
- No saturan los servicios de salud. Aunque aumentan la población en ciertas zonas, también contribuyen económicamente, justificando mejoras en los sistemas de salud y educación que benefician a todos.
- No incrementan la violencia. Los problemas como el narcotráfico o la violencia machista son flagelos globales que responden a desigualdades estructurales, no a la migración.
Las barreras físicas y mentales que nos separan no nacieron de nuestra esencia, sino de los intereses de quienes desean dividirnos. Históricamente, las fronteras se crearon para controlar y dominar a las personas. Pero al principio, éramos uno: una sola humanidad, una sola familia. Hoy, el deseo de poder y acumulación nos ha llevado a la separación y al desplazamiento forzado de millones.
En Costa Rica, mi tierra natal, la convergencia de culturas y etnias nos ha dado una riqueza invaluable. Sin embargo, tampoco somos inmunes a las ideas extremistas que siembran xenofobia, racismo y clasismo. Estas ideologías nos alejan de la verdad fundamental: que todos provenimos de la misma fuente.
Como ciudadanos del mundo, es nuestra responsabilidad romper con los prejuicios y cultivar una visión de unidad. Debemos actuar en consecuencia al mundo que deseamos crear, tanto individual como colectivamente. Solo así podremos construir un futuro basado en la paz, la justicia y la conservación de nuestro planeta. Todos Somos Uno.
viernes, 3 de enero de 2025
Una oportunidad a cada instante
Nuestra recompensa por sobrevivir a las Navidades es el inicio de un nuevo año, acompañado de la tradición de los propósitos de año nuevo. Cada enero nos comprometemos con nosotros mismos a cambiar: bajar de peso, dejar hábitos perjudiciales, estudiar algo nuevo, ahorrar dinero, entre otras metas. La idea de un nuevo comienzo es irresistible, una oportunidad para dejar atrás los problemas del último año y avanzar con esperanza. Pero, ¿quién puede realmente determinar cuándo termina lo viejo y empieza lo nuevo? No es una fecha en el calendario, ni un cumpleaños, ni siquiera la llegada del año nuevo. Es un suceso, grande o pequeño, que nos transforma.
En mi caso, he vivido una existencia intensa. A mis 63 años, siento que he acumulado la experiencia de más de un siglo. Mis vivencias han sido variadas y profundas. Algunas estuvieron marcadas por la angustia, pero cada una de ellas me enseñó, me permitió crecer y esculpió al ser humano que soy hoy. La vida, en su inagotable complejidad, siempre ofrece una nueva oportunidad, un comienzo diferente. Lo ideal es que estos cambios nos llenen de esperanza y nos inviten a ver el mundo con una perspectiva renovada, dejando atrás viejos hábitos y recuerdos que ya no nos sirven.
Sin embargo, en medio de este frenesí por el cambio, es importante reconocer que hay cosas que valen la pena conservar. Vivir cada día como si fuera el último, enfocándonos en el aquí y el ahora, nos permitiría experimentar la vida en su plenitud. Este enfoque consciente, guiado por nuestro ser interior, nos invita a elegir con intención y a vivir verdaderamente.
Recuerdo una de esas tradiciones de mi juventud: el beso de medianoche en Año Nuevo. Ese no era un beso cualquiera. Representaba las esperanzas y el romanticismo acumulados durante todo un año. En esos momentos, las campanas marcaban no solo el inicio de un nuevo ciclo, sino también el peso del año que dejamos atrás: las oportunidades aprovechadas y las que se perdieron. A veces, ese beso llegaba con alegría y euforia; otras, la chica elegía a otro galán, y la noche se teñía de tristeza y desaire. Pero incluso en esos momentos de soledad aprendí algo esencial: vivir cada instante como lo que es, un eterno presente.
Como en el cuento de Alicia, donde "siempre es para siempre", cada momento lleva consigo su esplendor único. Incluso en noches difíciles, cuando me hundía en la autocompasión y el desengaño, entendí que cada experiencia, por dolorosa que fuera, era parte de mi aprendizaje, parte de ese lienzo que vamos tejiendo con los hilos de nuestras vivencias.
Vivir en el ahora, disfrutar de cada experiencia, nos permite apreciar la vida en su esencia: un flujo constante de instantes. Podemos medirla en años, meses, días o horas, pero, en realidad, la vida ocurre en cada latido, en cada respiración. Cada día, cada instante, es una oportunidad para crecer, para vivir, para ser.
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