domingo, 20 de abril de 2025

🌑🌟 Trinchera del alma

 






Cada mañana, el dolor me despierta
y me arrodillo ante la vida.
No para suplicar,
sino para agradecer y decir:
"Aquí estoy. Otra vez. Todavía".
Mi cuerpo grita,
pero mi espíritu no se rinde.
Me levanto con la conciencia
de que este mundo no es mío,
y sin embargo,
yo le pertenezco.
A veces me siento viejo, cansado,
como si mi alma ya hubiera dado todo.
Pero hay tanto por hacer,
tantos corazones aún dormidos,
tantos silencios que necesitan
una voz que no grite, sino susurre…
Y yo soy ese susurro.
No soy sabio, ni santo.
Soy un aprendiz del amor,
un loco sin disfraz,
un tonto que se abraza a la esperanza
como quien abraza a un hijo perdido
que aún no ha regresado.
Veo mis sombras.
Las he nombrado.
Las he amado.
No porque me gusten,
sino porque son mías,
y me recuerdan que estoy vivo.
Amo mis luces también,
aunque a veces me cieguen.
Sé que no soy perfecto,
pero cada día,
me esfuerzo por ser más humano
y menos orgulloso.
La ansiedad… los sueños no cumplidos…
la crueldad que me atraviesa como cuchillo…
todo eso me ha enseñado a sentir
lo que otros callan.
Y aunque la fe a veces tiemble,
aunque la duda me muerda por dentro,
aunque el silencio sea mi único interlocutor,
yo sigo.
Porque algo más grande que yo
me sostiene.
La Fuente…
el Misterio…
la Vida misma.
Y si este es mi papel:
vivir como un forastero en su propia tierra,
entonces lo viviré con dignidad.
Como un faro.
Como un poema.
Como un fuego que no se apaga
aunque lo azote el viento.

🕯️ Dos ventanas a la eternidad: una muerte y un amor

 







Hay libros que uno lee… y otros que lo despiertan .
La muerte de Iván Ilich me tocó como un eco profundo que me decía:
“¿Estás viviendo de verdad, o solo estás pasando el tiempo?”
Porque Iván fue un hombre como tantos: correcto, exitoso, socialmente aceptado…
Y sin embargo, cuando la muerte le tocó el hombro, se dio cuenta de que nunca había vivido de verdad .
No conocía el amor auténtico, no había escuchado su alma, no se había fundido con el milagro de existir.
Ese libro, en su crudeza, me hizo reafirmar algo que le digo a todo aquel que me escucha:
No espera al final para despertar. No esperes que el dolor te arranque la venda.
Viví ahora. Viví con conciencia.
Viví una vida viva, no una existencia decorada.
Viví siendo uno con el amor.
Porque nada de los demás —ni el poder, ni el dinero, ni los aplausos— te va a abrazar en tu lecho de muerte.
Y luego está ese otro faro humilde:
Donde hay amor, está Dios.
Un zapatero, una calle, una taza de té, un mendigo...
Y ahí, en medio de la sencillez, la Voz que no hace ruido le dice al corazón:
"Yo estuve contigo en cada uno de ellos. En cada acto de amor".
Desde entonces lo tengo claro:
Dios no es un dogma, ni una figura lejana.
Dios es cada uno de nosotros cuando amamos.
Dios es ese instante de compasión, ese gesto silencioso, esa renuncia por el bien del otro.
Cada acto de amor es una aparición divina.
No hace falta verlo con los ojos. Basta sentirlo.
Por eso vivo como vivo. Por eso no firmo mis textos, por eso no cobro por lo que el corazón me dicta.
Porque no soy yo : es la Fuente la que fluye.
Yo solo soy un lápiz que escribe lo que el amor le susurra.
Y si alguna vez me preguntan qué aprendí de Tolstói, diré esto:
“Me enseñó que la muerte puede despertar la vida, y que donde hay amor, allí está Dios… y allí estoy yo, y estás vos, y estamos todos”.

Cuando uno escribe desde la experiencia

 







Allá fuera, bajo la luna gris, alguien que me quiere está pensando en mí. Allá fuera, alguien intentará que nos encontremos... allá fuera, en algún lugar.

Aunque sé que estamos lejos, reconforta pensar que la misma estrella nos alumbra a los dos. Y cuando el viento de la noche cante con su suave susurro, bajo este mismo cielo dormiremos tú y yo. Allá fuera, el amor nos unirá, y estaremos siempre, juntos siempre, en los sueños… tú y yo.
Cuando uno escribe desde la experiencia, desde aquello que ha vivido y sentido en carne propia, las ideas fluyen como si simplemente se contaran. Con el tiempo y un poco de sabiduría, uno logra comprender y hasta dominar ciertos aspectos de la vida. Después de doce lustros en este planeta, he llegado a una conclusión inquietante: a la humanidad le está costando evolucionar como especie.
Seguimos en guerra, dominados por el ego, incapaces de vivir en armonía con el cosmos. Unos pocos siguen controlando a las mayorías, y paradójicamente, le tememos a la libertad. Nos queda aún mucho camino por andar.
Entre las cosas que siguen consumiendo nuestra energía, están las relaciones humanas, y en especial, las de pareja. En esta era posmoderna, la gente sabe más de sexo que de amor. El amor se ha vuelto un misterio para la mayoría. Esa palabra, "Amor", ha sido manoseada, desfigurada, usada por el mundo como casi todo lo verdadero.
Como dijo la Madre Teresa: “El mundo está más necesitado de amor que de cualquier otra cosa.” Y así lo creo también. La gran mayoría no tiene una idea clara de lo que es el amor. Algunos piensan que es un valor, otros que es un sentimiento. Pero aunque fuimos hechos a imagen y semejanza del Amor, casi desde el nacimiento este mundo nos disuelve su verdadero significado.
En las películas, el amor se representa con grandes gestos: declaraciones en público, anillos en estadios, fuegos artificiales. Pero tal vez el amor esté en los momentos en que nadie nos ve, cuando elegimos quedarnos, cuidar, esperar o simplemente acompañar.
Todo en el universo existe por la ley de dar y recibir. Por eso, si no me amo a mí mismo, no puedo amar verdaderamente a los demás ni a la creación. No se puede dar lo que no se tiene. Algunos creen que el amor es complicado, pero en realidad es sencillo. Lo difícil es ser sencillo. Nuestro ego nos domina. Es el ego quien impide que conectemos con el amor en su totalidad. Incluso nos hace dudar de su existencia.
Sin embargo, el amor es lo que nos da vida. Estamos vivos en la medida en que amamos. Cuando amamos, las cosas simples se magnifican. Cuando amamos, nuestro cuerpo produce sustancias que nos hacen más fuertes, inmunes a muchas enfermedades. Las dificultades se vuelven pequeñas.
Más que decirle a alguien qué es el amor, deberíamos preguntarle qué significa para él o ella. Porque cada ser humano lo experimenta de forma distinta. Por eso, solo podemos hablar de dimensiones del amor.
Nos han enseñado a buscar cuentos de hadas: el príncipe, el castillo, el vestido blanco. Pero el amor verdadero ofrece mucho más que eso. El amor es suave, delicado. No es violento, no es cruel. El amor es el camino… y más aún: el amor es la energía que nos hace ser.
En mi experiencia, el amor es la fuerza que me ha hecho mejor ser humano. No se trata de apegos o expectativas. Trato, siempre que puedo, de poner en la balanza mis decisiones: ¿esto lo elijo desde el ego o desde el amor?
Y en cuanto a dar y recibir, esa acción debe ser recíproca, al mismo nivel, con la misma intensidad. Por eso, donde no puedas amar, no te quedes. No desperdicies tu tiempo ni tu energía en el no-amor.
Cualquier hombre que tenga el valor de entregar su alma por amor, tiene también la fuerza para cambiar el mundo.
Amarse a uno mismo es el inicio de un amor que puede durar toda la vida. Y estoy seguro de que, si te decides a caminar contigo, descubrirás tanta belleza en ti que tendrás amor suficiente para compartirlo con todos a tu alrededor.

Jesús, mi maestro humano







Una meditación de Semana Santa

En mi infancia, la Semana Santa tenía un ritmo distinto. El mundo parecía detenerse. No se trabajaba, no se corría. Era una pausa, un suspiro sagrado. Me quedé en casa con mi madre, viendo películas sobre Jesús, escuchando historias, hablando del perdón, de la bondad, de lo que realmente importa. A veces íbamos al río. A veces simplemente estábamos. Y en ese estar, sentí algo grande.

Recuerdo las lágrimas que aún hoy me inundan cuando veo a ese Jesús de los filmes: caminando entre los pobres, extendiendo sus brazos, desafiando la hipocresía con ternura y con carácter. Nunca lo vi como una divinidad inalcanzable. Para mí, siempre fue humano. Profundamente humano. Un rebelde del amor en un mundo hostil. Un hombre que se enoja y se ríe, que sufre, pero que sabe quién es y para qué está aquí. Un hombre feliz, con propósito. Un maestro de verdad.

Muchos creen que ese Jesús está fuera de su alcance. Yo creo lo contrario. Está dentro. En cada acto de compasión, en cada momento en que decidimos perdonar, ayudar, mirar al otro sin juicio. No hace falta templo ni dogma. Solo un corazón dispuesto.

Mi nombre es Ulises Jesús. El primero, me lo dio mi madre por la Ilíada. Del segundo nunca me dijo el porqué. Pero tal vez no hacía falta. Tal vez ella lo supo antes que yo: que el viaje y el amor formarían el mapa de mi vida.

🎨 El Arte: Reflejo del Alma y Camino de Elevación

 








Por Ulises Jesús – Día Mundial del Arte

Mi concepto del arte es simple y profundo a la vez: el arte es la belleza que habita en nosotros y que, al no poder ser contenido, se manifiesta en Múltiples formas . Es una expresión de lo más íntimo del ser. Por eso, cada acto artístico auténtico es, en esencia, un acto de desnudez del alma, una forma de mostrarnos tal cual somos: sensibles, imperfectos, humanos.

Hoy, los medios electrónicos han democratizado la creación y la difusión. Millones tienen acceso a compartir su creatividad, lo cual es valioso. Pero también hemos caído en una sobreabundancia de contenido superficial, muchas veces vaciado de sentido, impulsado por intereses comerciales y egocéntricos.

Géneros como el reguetón, las narco-novelas o el cine comercial de fórmula rápida, si bien reflejan realidades culturales y merecen ser comprendidos en su contexto, no siempre representan lo mejor de nuestra humanidad. Apuntan más a la gratificación inmediata que a la reflexión profunda o al crecimiento espiritual.

Vivimos una época de intercambio cultural sin precedentes, pero cuando los valores económicos dominan, se prioriza lo vendible por encima de lo valioso. Se empujan al olvido tradiciones locales, se diluye el arte verdadero, y en su lugar florece un entretenimiento que perpetúa modelos mentales que poco tienen que ver con la dignidad, la compasión o la belleza.

El arte, en su forma más pura, debería conectarnos con nuestras verdades internas , sirviendo como puente hacia nuestros anhelos más elevados. Por eso, necesitamos rescatar su esencia. Urge promover un diálogo más profundo sobre lo que creamos y consumimos. Necesitamos plataformas que valoren el arte que impulsa la conciencia, la reflexión y la belleza interior.

Desarrollar un público crítico y selectivo es clave. Cuando el espectador busca obras que lo desafíen y lo enriquecen, el artista se ve impulsado a ir más allá de lo fácil, más allá de lo inmediato. Se crea así un círculo virtuoso : un público educado eleva el arte, y el arte eleva a ese público.

Para lograrlo, necesitamos educación artística en las escuelas, espacios de debate, crítica constructiva y acceso real a diversas formas de expresión cultural. Solo así el arte puede florecer como vehículo de transformación personal y social .

Al final, cuando artista y público se encuentran en ese espacio de respeto, exigencia y autenticidad, el arte alcanza su mayor potencia: se convierte en alimento del alma y en impulso para un mundo más pleno y consciente. 

Manifiesto del Amor Suave



He amado con el alma despierta y los pies descalzos.
He besado con los ojos y he abrazado sin tocar.
No siempre mis relaciones florecieron, pero nunca dejé de amar.
No soy dueño de nadie.
El amor no es una jaula, es el cielo abierto.
No impongo mi presencia, ni exijo palabras.
A veces me sumerjo tanto en mi interior que parece distante,
pero en silencio, mi corazón canta.
Porque cuando amo, lo doy todo.
Mi entrega no hace ruido, pero sostiene mundos.
Mi amor no es una obligación, es una danza.
Me gusta bailar música suave en la oscuridad,
sentir el latido del universo en el cuerpo de mi amada.
Decirle, con una mirada:
“Si te vieras con mis ojos… verías un ser tan bello, tan capaz,
tan lleno de luz que mi alma no puede más que acariciarte”.
Y me repito como un mantra:
Sé Suave.
No dejes que el mundo te endurezca.
No dejes que el dolor te haga odiar.
No dejes que la amargura te robe la dulzura.
Enorgullécete de seguir creyendo en la belleza,
aunque el mundo parezca quebrado.
Sé Suave.
No permitas que el bullicio apague tu música.
No dejes que las nubes de la angustia oculten tu alegría.
No dejes que el conflicto de otros robe tu paz.
No permitas que la oscuridad apague la belleza en tus ojos.
Sé Suave… y ama.
Como si aún quedara esperanza.
Como si el amor fuese la última palabra de este universo.
Puede ser una imagen de 2 personas y boda
 
 

"El amor no se define, se vive"







Es triste que tengamos que hacernos esta pregunta.
En un mundo ideal, preguntarse qué es el amor sería tan absurdo como preguntarse qué es respirar o qué es comer. Nadie se hace esas preguntas, porque desde el nacimiento ya sabemos hacerlo. Así debería ser con el Amor Verdadero: algo natural, algo que simplemente es , algo que vivimos sin cuestionar.
Intentar definir el amor es como intentar definir a Dios. Desde mi fe, Dios y Amor son lo mismo. Todos provenimos de la misma Fuente, la Fuente del Amor. No solo deberíamos saberlo, sino vivir en esa danza de dar y recibir amor.

Ahora bien… si existe el Amor Verdadero,
¿existe también un amor falso?
¿De dónde viene ese falso amor?
¿Es el amor un valor o un sentimiento?
¿Hay que cultivarlo? Y si es así, ¿cómo se cultiva?
¿Por qué tanto se habla del amor, se canta, se celebra un día para él, y sin embargo seguimos sintiéndonos tan solos y vacíos?

Estas preguntas me han acompañado durante años. No pretendo imponerte mis ideas; solo quiero compartir contigo, desde mi experiencia y sobre todo desde el corazón. Creo que muchas veces pasamos más tiempo definiendo conceptos que experimentando lo que realmente significan. Por eso, antes de seguir leyendo, te pido: abre tu mente… pero sobre todo, abre tu corazón.

El mundo ha deformado en nuestra cabeza la idea de lo que realmente es el amor.
Cuando comencé mi camino de crecimiento espiritual, tuve que cambiar profundamente mi forma de pensar, de ver y de sentir. El mundo me decía una cosa, pero dentro de mí había una voz más profunda que me empujaba a buscar mi verdad .
Quería saber, experimentar y encarnar el Amor Verdadero.
Y aunque el amor es el alimento del cuerpo y del espíritu, durante mucho tiempo sentí que me había sido negado.

Es cierto que me han amado, especialmente mi madre. Desde antes de nacer, ya somos amados. Nacemos llenos de amor y sabiendo perfectamente cómo amar. El problema surge cuando nuestros padres tampoco han conocido el amor verdadero… cuando el mundo, desde nuestra infancia, comienza a borrar nuestra esencia y nos programa con valores ajenos a nuestra naturaleza.

Mi madre me amó, y estoy seguro de que aún después de su partida, sigue amándome.
Ella hizo todo lo posible para que yo me sintiera amado. Sé que dio lo mejor de sí, y más allá. Dedicó su vida al servicio de los demás. No tengo duda de su amor, y agradezco al Creador por haber sido su hijo.

Pero también creo que, si sus padres hubieran vivido en un mundo más amoroso, su vida y la mía habrían sido distintas.
Por buenas que sean las intenciones, todos venimos moldeados por un mundo confundido.
Solo basta ver las novelas o las llamadas canciones de amor. ¿Qué tipo de relaciones promovemos?
¿Cuánta gente se preocupa más por su economía que por acoger a millones de refugiados?
Y cuando hablamos de amor o participamos en un acto de amor genuino, ¿cómo nos etiquetan?

Un amigo solía contar una historia:
Imagina un mundo donde nadie ha probado nunca un helado.
Alguien llega y describe el helado con lujo de detalles. Escribe incluso un libro sobre ello.
Pero nadie puede saber realmente qué es un helado hasta que lo prueba, lo huele, lo toca, lo saborea.
Incluso podría pensar que el helado no existe.

Así es el Amor.
No basta con hablar de él, hay que vivirlo.
Y para vivirlo, debemos nacer de nuevo.

¿Y qué es nacer de nuevo ?
Es desaprender todo lo que el mundo nos enseñó sobre el amor.
Es permitir que el ser verdadero, nuestro espíritu, se exprese en una relación de dar y recibir con el Amor Verdadero.
Esto requiere compromiso, un entorno propicio, romper patrones heredados generación tras generación.

El amor es una flor frágil.
Hay que protegerla, fortalecerla, observarla. Solo entonces se vuelve fuerte.
El amor es como un bebé: necesita caricias, ternura, seguridad, libertad, entrega incondicional.

El Amor solo crece con amor.
Y necesita un ambiente que lo nutra: un hogar, una frecuencia, una energía viva.
Se cultiva en la familia, especialmente en el vínculo con nuestros padres.

No puedo definir el amor.
No es un valor ni un simple sentimiento o sensación.
No es un fenómeno físico que pueda señalarse y decir “esto es”.
Puedo hablar de sus expresiones, pero no puedo mostrártelo.
El Amor solo puede experimentarse.
Y es una experiencia única, como única es nuestra relación con la Fuente.
Es nuestra responsabilidad vivir esa experiencia.
No con ideas… sino con presencia. Con el alma despierta. Con el corazón abierto. 

Elige la autenticidad

 






El estilo de vida actual se sustenta en la ambición y la competitividad.
Pero el ser humano nuevo no puede construir su vida sobre esos pilares huecos.
Debe desprenderse de las ambiciones banales, de la búsqueda desesperada por la materia y la certidumbre a costa del espíritu.

Eso te esclaviza.
Eso te empujó por un camino que otros trazaron para ti.

Sé auténtico.

Sí, la angustia es el precio de ser uno mismo…
pero también es sabido que nada que realmente valga la pena se consigue sin esfuerzo.

No existe valor más grande que el coraje de mirar dentro de uno mismo
y decidir vivir la vida que TÚ quieres vivir.

El infierno y el cielo no están afuera.
Están dentro de ti.
Tú eliges en cuál vivir

No estamos aquí para ser mejores espectadores.




Cuando la oscuridad se asienta y el misterio se hace presente,
cuando lo desconocido cobra forma en los susurros de la noche,
la lógica afloja su férreo control… y la imaginación sale a jugar.

Es entonces cuando las estrellas tienen permiso para brillar.
Y nosotros —vivos, despiertos— salimos en busca.
En busca de algo que quizás no tiene nombre,
algo que tal vez no se puede encontrar, pero sí sentir.

Nos impulsa una necesidad antigua:
la de resolver los misterios de la vida.
Aunque, en realidad, el corazón humano solo puede encontrar significado
en instantes .
Nunca en la totalidad.
No en todo.

Pero esos instantes están ahí…
nos rodean, nos envuelven.
En la luz y en la oscuridad.
Por todas partes.

¿Lo sabemos?

¿Por qué nos empeñamos en esta búsqueda?
¿Por qué vamos tras las grandes preguntas
cuando ni siquiera sabemos responder a las más sencillas?

¿Por qué estamos aquí?
¿Qué es el alma?
¿Por qué soñamos?

Quizás…
Quizás nos iría mejor sin preguntar,
sin querer entender,
sin desear saber.

Pero esa no es nuestra naturaleza.
No es el llamado del corazón.
No estamos aquí para ser mejores espectadores.

El rostro de Dios en el rostro del otro




“Aquel que no vea a Dios en la siguiente persona con quien se cruce, que no lo busque más.”
—Mahatma Gandhi



Si fuimos realmente conscientes de que cada vez que descubrimos a alguien, estamos descubriendo a Dios, viviríamos de otra manera.
Pero el ego —ese estado de distracción y separación— nos impide ver a Dios en todos y en todo.
Algunos hemos llegado a creernos dueños exclusivos de Dios, como si tuviéramos derechos de autor sobre el Infinito.

Distensión por un momento.
Piensa en esto:
¿Quién soy?
¿Quién crees tú que eres?

En la Biblia, Dios le dice a Moisés:

“Yo soy el que soy”.
Y tiempo después, Jesús afirma:
“Yo soy el camino, la verdad y la vida”.

Sin embargo, se dice que el 95% de las personas pasan el 95% de sus vidas viviendo en la inconsciencia.
E inconsciencia significa eso: vivir sin conocimiento de uno mismo.
No saber quiénes somos.
Y si no sabemos quiénes somos… ¿cómo podremos ver a Dios en los demás?

Entonces surge otra gran pregunta:
¿De dónde vengo?

Quise encontrar una respuesta pura.
Así que le preguntó a mi nieto de cinco años:
—¿De dónde vienes?
Y él, sin titubear, respondió:
— “Del cielo”.
—Y ¿cómo lo sabes?
— “Solo lo sé”.

¡Qué claridad! ¡Qué verdad tan desnuda y luminosa!
Todos venimos de la misma Fuente.
De donde todo proceder.
Y sin embargo… todos somos únicos, irrepetibles.
En toda la creación, y por toda la eternidad, no existirá otro como tú ni como yo.

Dios está en todo.
En lo infinitamente pequeño y en lo infinitamente grande.
En la flor del jardín y en la maleza del monte.
En los negros, los chinos, los altos, los bajitos.
En los hombres, las mujeres, los niños, los ancianos.
En el indio americano y el árabe.
En la elegancia de las mariposas y en la tenacidad de las cucarachas.

Todo procede de Dios. Todo es Dios en manifestación.

Y con eso respondo a la primera gran pregunta:
¿Quién soy?
Soy parte de la Fuente de todas las cosas.
Soy hijo de Dios porque provengo de Él.

Dios se ha encargado de dotarme, al igual que a ti, de todo lo necesario para esta experiencia física.
Lo único que tengo que hacer…
es conectarme con la Fuente .

¿Y cómo se logra esa conexión?
A través del Amor Verdadero.
Ese vínculo, a veces atrofiado por el desuso, se despierta con actos concretos de bondad hacia toda la creación, y en especial, hacia nuestros semejantes.
Cada vez que elegimos amar, ver, comprender, servir…
esa comunión con Dios se hace viva.

Porque Dios no está lejos.
Dios está en el rostro del otro.
Y el otro…
también eres tú. 

Amores improbables











La Real Academia define la palabra imposible como aquello que no tiene ni los medios ni la facultad de llegar a ser. Algo cerrado, sellado, clausurado por completo. En cambio, improbable es simplemente aquello que tiene pocas posibilidades, que no se apoya en una razón prudente. Y entre ambos términos, yo me quedo —sin pensarlo dos veces— con la improbabilidad.
La imposibilidad es un portazo en la cara. La improbabilidad, en cambio, es una ventana entreabierta. Duele menos, y sobre todo, permite soñar. Deja espacio para que el milagro se cuele en medio de la lógica, para que lo extraordinario rompa la estadística.



Que David venciera a Goliat era improbable. Que un afroamericano llegara a la Casa Blanca, también. Que el abejón volara a pesar de sus condiciones aerodinámicas era improbable, pero lo hace. El universo, a veces, se ríe de nuestras ecuaciones.



El amor, por ejemplo, es experto en improbabilidades. No se rige por razones prudentes. No entiende de distancias, edades, fronteras, idiomas, ni pasados. El amor nace cuando quiere, en el lugar menos esperado y entre las almas más dispares. Que dos personas separadas por 9 mil kilómetros de agua se conozcan, se escuchen y se amén, es improbable. Pero sucede. Todos los días.



Por eso no me gusta hablar de amores imposibles . Me resisto a pensar que el amor tiene fronteras definitivas. Prefiero llamarlos amores improbables : esos que desafían al tiempo, al espacio, a la lógica, a las heridas del pasado. Esos que, aun teniendo todo en contra, florecen en el resquicio del alma donde todavía brilla la esperanza.



Porque lo improbable es la patria del milagro. Y el amor, en su forma más pura, es el milagro que le da sentido a todo lo demás.

🌑🌟 Trinchera del alma

  Cada mañana, el dolor me despierta y me arrodillo ante la vida. No para suplicar, sino para agradecer y decir: "Aquí estoy. Otra vez....